Roma (1ª parte)

lunes, 26 de noviembre de 2007

 

Es tarea ardua intentar resumir en pocas líneas un viaje y una ciudad tan fascinante como lo es esta.
Hoy es 15 de Noviembre, son las cinco de la mañana. No he dejado que me suene el despertador, me levanto de un salto (aunque a mi edad y con mi nueva cama en las alturas, es casi una maniobra de trapecista). Con los ojos casi pegados voy a la ducha, repaso las cosas de la maleta y en pocos minutos estoy lista. Recogemos a Javi, que a pesar de la alegría por el viaje, aun tiene cara de sueño,y llegamos al aeropuerto. ¡Qué acierto han tenido estos de Vueling con los destinos europeos desde Granada!, esto va a ser nuestra ruina.

Tras facturar y tomar un café de esos que solo te dejan dar tres pasos antes de tener que salir corriendo al baño, empieza el streptease ante el arco de metales. El despegue sin problemas, el vuelo está empezando a ser un poco movidito por las turbulencias. Tras unos minutos sobrevolamos Mallorca, que a través de la ventanilla se ve pequeñita. Y por fin, con a penas dos horitas de vuelo: “Señores pasajeros dentro de breves momentos aterrizaremos en el aeropuerto internacional Leonardo Da Vinci, abrochense los cinturones y permanezcan en sus asientos hasta que la señal luminosa se apague”. Mira Javi, que cola hay para aterrizar, ¿nos pondrán un tubito de esos para bajarnos del avión?, cuchi, si a los de Uzbequistan se lo ponen, los españoles no vamos a ser menos…. No ha habido suerte, y tras montar en el bus que nos lleva a la Terminal, hemos tenido que esperar casi cuarenta minutos a que la cinta transportadora escupiera nuestras maletas. Pasamos por delante de los carabinieri y un perro con cara de pocos amigos se para a olisquear la maleta de Javi, ¿habrá olido los bollos de chocolate que llevamos de estrangis?.

Ahora debemos buscar el anden del que sale el “Leonardo Express”, nombre que le dan los romanos al tren que te lleva de Fiumiccino a Termini sin escalas, y por el que hay que pagar 11 €. Cuando llegamos a la vía vemos el artefacto en el que nos tenemos que subir….luego nos quejamos de los trenecitos de España…. El viaje en metro hasta Lepanto es corto, pero el laberinto de pasillos y escaleras, transportando la maleta de 20 kilos, hacen que empiece a desesperarme, hasta que un amable romano, se ofrece a subir la maleta hasta la salida. Que atentos son estos italianinis. Tras un cigarrito de recompensa, nos orientamos con el mapa y llegamos al hotel. No puede ser que sea tan bonito, aquí hay gato encerrado. Subimos a la habitación y nos llevamos una grata sorpresa, para los hoteles que hay en Italia, hemos dado con uno estupendísimo. Son las dos y media de la tarde y el hambre ataca. Llegamos al palacio de justicia, y nos disponemos a atravesar el ponte Umberto I. Ponte ahi Javi, que te hago una fotico en el puente. Venga Ro, ahora tu, desde el otro lado. No puede ser….mira es el Vaticano… me tiemblan las piernecillas ante tal descubrimiento. Es increíble que estemos aquí plantado en mitad del puente con estas vistas.

Tras recrearnos la vista llegamos a la plaza Tor Sanguina y buscamos Sale Miele, un sitio de pizza al taglio de lo mejorcito, compramos nuestra pizza de champiñones y de patata y nos sentamos en la Plaza Nabona para ver como los guiris tienen suficiente pasta (y no me refiero a la que se come) como para sentarse en una terraza con mesitas de mantel a cuadros y ponerse hasta las cejas de gastronomía italiana, mientras nosotros, alucinamos sentados en un banquito mientras degustamos nuestros baratos menús. Comienza a chispear…pero eso no hace que nos desanimemos. Un día gris en Roma tiene la misma magia que un día soleado. Tras llegar al Area Sacra de la plaza Largo di Argentina torcemos por una callejuela estrecha, y allí está, el Panteón. Es enorme, impresiona ver la cúpula abierta por el centro, por la que caen las gotas de lluvia hasta el interior. Ya empezamos con los grupos de chinos de esos que hacen fotos hasta a la mosca que se posa encima de la tumba de Vittorio Enmanuelle II. Nos colocamos los auriculares del ipod y oímos la audio guía correspondiente al monumento. Mira que nos ha salido bien el invento este de bajarse las explicaciones y ahorrarnos unos euretes en explicaciones.

Tras hacernos unas cuantas autofotos, seguimos el cartelito que dice :”Fontana di Trevi”, andurreamos por callejuelas estrechas con mucho encanto, y de repente otro grupo de chinos, nos hace caer en la cuenta de que vamos por el sitio correcto. Ahí está, es preciosa, la Fontana di Trevi. Pegando codazos y con una estrategia de dos paradas en boxes llegamos hasta el borde y procedemos al lanzamiento de moneda, modalidad de espaldas a la fuente, una para volver y otra pidiendo un deseo. Lo de las fotos es más complicado, pero lo conseguimos. He salido con los ojos cerrados, vaya una suerte, en fín, ya volveremos otro día con más tiempo. No quiero quedarme si foto con ojos abiertos en la fontana.

Seguimos callejeando y llegamos a la plaza Venecia. A pesar de que los romanos le tengan poco cariño y hablen de ella como “la maquina de escribir”, a mi me impresiona muchísimo. Dos soldados escoltan día y noche la tumba del soldado desconocido, mientras ondea una enorme bandera de Italia. Subimos tropecientas mil escaleras y justo cuando llegamos a lo más alto, tras maldecir veinte veces al dichoso tabaco, una guardia de seguridad un poco seca nos dice que está cerrado, que vuelva usted mañana. Se me vienen a la cabeza todos los insultos en italiano que conozco, pero no hay más remedio, vuelta atrás. Tras recomponer el temblor de piernas, giramos a la izquierda y entre los árboles se deja entrever la columna de trajano que da comienzo a los Foros imperiales. A Javi se le salen los ojos de las órbitas con tanta “piedra”. Es increíble que por fin pueda estar viendo, oliendo, sintiendo, todo aquello que tantas veces hemos estudiado en los libros de historia.

Está anocheciendo, a pesar de que la hora es la misma que en España, a las cinco de la tarde es ya de noche, y parece que el ritmo de la ciudad y de los turista empieza a amainar. Al fondo el Coliseo nos llama para que, aunque sea de lejos, nos asombremos ante su grandiosidad. Decidimos que en nuestras retinas se quede marcada esta imagen y comenzamos nuestro regreso al hotel. No queremos validar el ticket de transporte, pecamos de pardillos, ya que en los días sucesivos advertimos que nadie en Roma paga el transporte público, y con más pena que gloria, y al paso que mis doloridos pies nos lo permiten, volvemos al “barrio”. Cenamos a base de pipas, bollos de chocolate y zumo de piña. Estiramos las piernas en la cama, y ponemos la tele de plasma último modelo de la habitación. Pero mira que hora es todavía, son las ocho de la tarde, aun no tenemos ganas de dormir, así que decidimos dar un paseo, trípode en mano, por los alrededores. Tras atravesar un arco y una calle muy estrecha, no con pocas reticencias mías, la boca se nos queda abierta, nos miramos con cara de lerdos y sin poder articular palabra. Estamos en la plaza de San Pedro en el Vaticano, está desierta y el momento es sólo para nosotros. Hace un frio que pela, el suelo está aún húmedo y hace que se reflejen las luces de miles de colores. Las manos y la punta de la nariz comienzan a helarse, pero es imposible movernos de alli. Tras disfrutar de semejante visión, volvemos paseando por la orilla del río, pasando por el Castello San Angelo y la plaza Cavour.

Caemos rendidos en la cama, pero todo lo que hemos vivido ese día, hace que el sueño tarde en llegar. Javi me abraza y hace que mis pies entren en calor. Con sus brazos rodeándome, me quedo dormida con una enorme sonrisa en la boca. Mañana será otro día.

2 comentarios:

Javier Romero dijo...

:-) Vuelvo a ver y sentir todo sólo al leerlo.

Espero ansioso a la 2ª parte... mientras yo he estado preparando un resumen de Roma según otros parámetros, ya lo verás.

Mil besos romanos.

Anónimo dijo...

he llagado a tu blog mediante san google y la verdad me ha gustado mucho tu entrada. Una amiga y yo tenemos pensado ir pronto a Roma y no sabemos a que hotel ir. Me podrias decir cual vuestro hotel?